DON GENIOS COINCIDENTES
Oscar Wilde, actuó como una especie de torero tremendista retando con su conducta singular a la exquisita sociedad de su tiempo. Con arrojo desafió valores, tradiciones, principios, costumbres. Recorrió toda la gama miserable de las enfermedades vergonzosas, y se sumergió en el oscuro túnel de los burdeles, las tabernas, los destartalados hoteles, en los que consumó vergonzante su escandalosa condición homosexual, el goce pagano de los excesos, la desmesura sin límites, ni barreras, las excentricidades famosas de su alocada y desconcertante juventud.
Nadie imaginó que dos niños tiernos, nacidos en 1.854, hace 151 años, fueran a ser con el correr de la vida «compañeros de infierno», enormes figuras protagónicas de la literatura universal. Osear Wilde nació en Dublín, y Artur Rimbaud, en Charleville. Los dos recorrieron apasionados el sendero azaroso y contradictorio de la virtud literaria y el vicio personal. Los dos escandalizaron a sus contemporáneos ufanándose de su condición homosexual y su dependencia letal del alcohol y las drogas. Los dos fueron ante los ojos de la sociedad de su tiempo escritores malditos y proscritos. Wilde, exhibiendo su amor desaforado por los jovencitos y su fatal amistad con Lord Alfredo Douglas. Y Rimbaud, con su torturada y trágica pasión por Paúl Verlaine. Los dos se movieron, con exquisitez, entre la frívola paradoja, la sugestiva ironía, la meditación profunda y la escritura de novelas, poemas, obras de teatro. Ambos trataron, a su insólita manera, de descifrar el supremo misterio del alma humana. Y así lo demostraron en su genial e intensa creación literaria. Sus dos enormes mitos crecieron, con esplendor y fama inusitada, en París y Londres. En esas ciudades deslumbrantes, en su singular universo cultural vivieron parejamente su gloria y su miseria. Ambos fueron legítimos exponentes del «arte de la insolencia». Los dos entendieron al mundo como contraparte y construyeron sus simbólicos castillos de insularidad. Ambos, emularon en manejar con arrogancia y talento las frases chispeantes, la critica despiadada y el humor corrosivo.
Wilde, retaba al público más allá del placer que le prodigaba con sus obras. Y decía, con su tono irónico, que el público solía tener una «curiosidad insaciable por conocerlo todo menos lo que merece la pena». Rimbaud, en los supremos delirios de la droga exclamaba: «cuanto más se escribe, menos se piensa». El escritor español Vila Matas, dice que éste último llego a la escritura tras haber constatado la bancarrota de la palabra. En su libro «Una Temporada en el Infierno», exclamó desesperado «debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos». Wilde y Rimbaud, genios los dos de la paradoja, la contradicción, la poesía y la bohemia galante. Los dos se dieron el lujo de demostrar, con el desbordamiento de sus vidas, lo que uno de ellos había expresado con desplante que «el arte es una tontería».