Evocación de Núñez
La memoria histórica del cuatro veces Presidente de Colombia don Rafael Núñez, se mantiene intacta a través de su obra mas que de su intensa leyenda personal. Vilipendiado por plumas de varias generaciones, defendido con convicción y ardor por otras entre las que sobresalen las de Indalecio Liévano Aguirre, su biógrafo por antonomasia y la del devoto guardián de la heredad nuñista el historiador también cartagenero Eduardo Lamaitre Román, Núñez no ha tenido reposo ni paz en su tumba de El Cabrero.
El ejercicio del poder, sus meditaciones filosóficas, Sus disciplinas económicas, su reforma política, sus versos y hasta sus amores han sido, por décadas continuas, el terreno propicio paras las divagaciones, las versiones encontradas, las calumnias, toda suerte de apasionados conceptos en pro y contra del paso de Núñez por la vida pública y de su impronta de poderoso reformador de las instituciones colombianas en el pasado siglo.
Se inició como joven diputado por el Istmo de Panamá, cuando este obviamente hacía parte de Colombia y fue político, diplomático, ministro varias veces antes de entrar en la esfera suprema del poder que ejerció cuatro veces con fuerza, con creatividad, con astucia y a contrapelo de sus copartidarios, los liberales, e lo abandonaron hasta obligarlo a continuar su propia política independiente.
Enfrentado el grupo de los radicales, y por ende aclamada Constitución de Rionegro, la de 1863, a la al se le distinguía por aquella época atribuyéndole poeta francés Víctor Hugo la sentencia de que era a carta política «para ángeles», como quien dice poco idónea para imponer en su país convulsionado por las guerras, las dificultades económicas, las diferencias regionales, el difícil imperio de la paz, el orden, la seguridad, el derecho y sobretodo, la unidad nacional. Jamás se comprobó que el poeta Víctor Hugo hubiera dicho la frase terrible sobre la carta, pero la usaron eficazmente sus adversarios en el proyecto de calificarla de utópica y de inapropiada para garantizar el manejo de la nación. Núñez era el abanderado de esa corriente en dura1 oposición a los liberales que se enorgullecían de haber realizado la Carta de Rionegro.
Sin importarle la opinión de su propio partido Núñez; con el propósito de rescatar la unidad nacional, en medio del caos de los estados soberanos y con I lema, de «centralización política y descentralización administrativa», fue atrayendo a la sociedad civil, a la 'Opinión no comprometida hasta imponer la urgencia de realizar una gran transformación hacia unas instituciones sólidas que le dieran a la gente una garantía cierta del ejercicio de la autoridad, del orden, de la «libertad y los derechos fundamentales para todos. El visionario cartagenero logró convencer al país sobre el fracaso de la Carta Constitucional de los radicales en virtud a la anarquía reinante bajo su alero y las hondas contradicciones que crecían en una sociedad convulsa y perpleja.
La pérdida de credibilidad en la justicia, la profunda crisis económica y el creciente descrédito de las instituciones que habían consolidado los radicales, desde 1863, terminó imponiendo el proyecto de Núñez. Con la bandera de la «regeneración fundamental o catástrofe», como programa de una disciplina social, que pusiera fin al tremendo desorden causado por la permisividad excesiva de las normas de la Carta de Rionegro, Núñez logró su victoria histórica y terminó saliendo al balcón del Palacio de San Carlos a decretarle la muerte a la Constitución e imponiendo la de 1886, que con el aliento de continuas reformas y de funda mentales innovaciones, prolongó su imperio por mas de cien años, hasta la promulgación de la Constitución de 1991.
En la iglesia de El Cabrero, al lado de la mujer admirable con la cual vivió la tempestad y el fuego de su singular amor apasionado y conflictivo, y luego el decantado reposo de la felicidad y de las tristes horas finales, permanecen las cenizas de Núñez, arrulladas por el golpe interminable delas olas del mar Caribe.
Desde las sombras infinitas Núñez podrá repetir como don Antonio Machado, en sus célebres cartas a Pilar, pensando en doña Sola, «lo mejor de la historia se pierde en el secreto de nuestras vidas»