5.11.10

Nuestro señor Don Quijote
A monseñor José Vicente Castro Silva, humanista sin par e ilustre rector del Colegio Mayor del Rosario, debo mi temprana devoción por el Quijote. En el bachillerato en filo­sofía y letras que cursamos, bajo su insuperable tutoría espiritual, era texto de obligatoria lectura el famoso libre de Cervantes. Confieso que la primera aproximación a sus páginas me dejo entre perplejo y aburrido. Mi opinión inicial, un poco decepcionada suscitó la sonriente preocupación del aestro quien en sus continuos y brillantes diálogos con los discípulos, solía divagar sobre temas históricos y literarios, aterrizando siempre en las páginas del Ingenioso Hidalgo, no sin adornarlas con ocurrentes comentarios producto de su imaginación, sus conocimientos y su admirable y elocuente manejo del idioma. Dominaba el itinerario de Don Quijote y Sancho, conocía minuciosamente la geografía, los personajes, los paisajes, los azarosos sucesos y los dislates y genialidades del personaje cervantino, de Dulcinea y de sus amigos el bachiller Sansón Carrasco, el escribano y el inolvidable Sancho Panza. Escribió un bello libro sobre la ruta del Quijote, impecable como todo lo suyo en la forma expresiva y grandioso en la singular penetra ción en aquellas páginas con las cuales Cervantes dio ini cio a la novela moderna.
Con su consejo certero Castro Silva se anticipó a la sentencia del mexicano Carlos Fuentes sobre la convenien cia de leer, pacientemente, en las distintas etapas de la vida, los textos de Don Quijote. Según los dos autores, en cada época de la existencia la lectura del Quijote produce nuevas y originales visiones y reflexiones que dejan en el espíritu la rotunda sensación de lo expresado por Mario Vargas Llosa, que esta obra «tiene también la virtud de ilustrar de manera muy gráfica y amena las complejas relaciones en tre la ficción y la vida, la manera como esta produce ficciones y éstas luego revierten sobre la vida animándola, cambiándola, añadiéndole color, aventura, emociones, risa, pasiones y sorpresas». La clave de la sabiduría eterna que entrañan las páginas del quijote «se debe a si mismo a la elegancia y potencia de su estilo, en que la lengua española alcanzó uno de sus más altos vértices». Es la incompara ble capacidad que tuvo Cervantes para encarnar en Don Quijote de la Mancha, la pluralidad, la belleza, las contradicciones, el sutil encanto de la existencia humana. Cada vez que se recorren sus páginas se encuentra, como un tesoro nuevo, la imagen de las múltiples facetas de una seductora visión de la condición humana. Por eso desde nuestros tiempos estudiantiles hemos tenido al «Ingenioso Hidalgo» como un inseparable compañero que nos conduce a hallar la luz en medio de las tinieblas, como una fuente de preciosa sabiduría, a través de esos dos «encantadores charlatanes que derrochan conceptos», al decir de don José Orte ga y Gasset, en «Las Meditaciones del Quijote», quienes fueron capaces, entre la realidad y el sueño, de darle vida al más hermoso «canto a la libertad» que se haya escrito en la literatura universal.