15.2.11

Evocación de Núñez
La memoria histórica del cuatro veces Presidente de Colombia don Rafael Núñez, se mantiene intacta a través de su obra mas que de su intensa leyenda personal. Vili­pendiado por plumas de varias generaciones, defendido con convicción y ardor por otras entre las que sobresalen las de Indalecio Liévano Aguirre, su biógrafo por antonomasia y la del devoto guardián de la heredad nuñista el historiador tam­bién cartagenero Eduardo Lamaitre Román, Núñez no ha tenido reposo ni paz en su tumba de El Cabrero.
El ejercicio del poder, sus meditaciones filosóficas, Sus disciplinas económicas, su reforma política, sus ver­sos y hasta sus amores han sido, por décadas continuas, el terreno propicio paras las divagaciones, las versiones en­contradas, las calumnias, toda suerte de apasionados con­ceptos en pro y contra del paso de Núñez por la vida públi­ca y de su impronta de poderoso reformador de las institu­ciones colombianas en el pasado siglo.
Se inició como joven diputado por el Istmo de Pana­má, cuando este obviamente hacía parte de Colombia y fue político, diplomático, ministro varias veces antes de entrar en la esfera suprema del poder que ejerció cuatro veces con fuerza, con creatividad, con astucia y a contrapelo de sus copartidarios, los liberales, e lo abandonaron hasta obli­garlo a continuar su propia política independiente.
Enfrentado el grupo de los radicales, y por ende acla­mada Constitución de Rionegro, la de 1863, a la al se le distinguía por aquella época atribuyéndole poeta francés Víctor Hugo la sentencia de que era a carta política «para ángeles», como quien dice poco idónea para imponer en  su país convulsionado por las guerras, las dificultades eco­nómicas, las diferencias regionales, el difícil imperio de la paz, el orden, la seguridad, el derecho y sobretodo, la uni­dad nacional. Jamás se comprobó que el poeta Víctor Hugo hubiera dicho la frase terrible sobre la carta, pero la usaron eficazmente sus adversarios en el proyecto de calificarla de utópica y de inapropiada para garantizar el manejo de la nación. Núñez era el abanderado de esa corriente en dura1 oposición a los liberales que se enorgullecían de haber rea­lizado la Carta de Rionegro.
Sin importarle la opinión de su propio partido Núñez; con el propósito de rescatar la unidad nacional, en medio del caos de los estados soberanos y con I lema, de «cen­tralización política y descentralización administrativa», fue atrayendo a la sociedad civil, a la 'Opinión no comprometi­da hasta imponer la urgencia de realizar una gran transfor­mación hacia unas instituciones sólidas que le dieran a la gente una garantía cierta del ejercicio de la autoridad, del orden, de la «libertad y los derechos fundamentales para todos. El visionario cartagenero logró convencer al país sobre el fracaso de la Carta Constitucional de los radicales en virtud a la anarquía reinante bajo su alero y las hondas contradicciones que crecían en una sociedad convulsa y perpleja.
La pérdida de credibilidad en la justicia, la profunda crisis económica y el creciente descrédito de las institucio­nes que habían consolidado los radicales, desde 1863, ter­minó imponiendo el proyecto de Núñez. Con la bandera de la «regeneración fundamental o catástrofe», como progra­ma de una disciplina social, que pusiera fin al tremendo desorden causado por la permisividad excesiva de las nor­mas de la Carta de Rionegro, Núñez logró su victoria histó­rica y terminó saliendo al balcón del Palacio de San Carlos a decretarle la muerte a la Constitución e imponiendo la de 1886, que con el aliento de continuas reformas y de funda mentales innovaciones, prolongó su imperio por mas de cien años, hasta la promulgación de la Constitución de 1991.
En la iglesia de El Cabrero, al lado de la mujer admi­rable con la cual vivió la tempestad y el fuego de su singular amor apasionado y conflictivo, y luego el decantado reposo de la felicidad y de las tristes horas finales, permanecen las cenizas de Núñez, arrulladas por el golpe interminable delas olas del mar Caribe.      
Desde las sombras infinitas Núñez podrá repetir como don Antonio Machado, en sus célebres cartas a Pilar, pen­sando en doña Sola, «lo mejor de la historia se pierde en el secreto de nuestras vidas»
BOLÍVAR REPUBLICANO
Simón Bolivar
A mi amigo de juventud Jaime Urueña Cervera, deje de verlo hace muchos años. En nuestro lejano tiempo estu­diantil resultaba imposible vaticinar lo que después sería el fecundo discurrir de su existencia. Él fue un estudiante sen­cillo, discreto y amable, sin ningún tipo de notoria preten­sión intelectual. En ocasiones supe de su vida por sus fa­miliares y así me enteré que se había ido a vivir a Francia y que allí desarrollo estudios superiores en ciencias econó­micas y políticas, y se especializó en cuestiones moneta­rias. Que en desarrollo de estas interesantes disciplinas académicas logró licenciaturas, maestrías y doctorado en la Universidad de París, y que allí dicta permanentemente cátedra universitaria, escribe ensayos y dicta conferencias sobre diversos temas. Y que, además, ostenta la doble na­cionalidad con indudable prestigio en el medio intelectual y ejerce como docto investigador independiente.
Ahora, me encuentro en las librerías con el volumen titulado «Bolívar Republicano, fundamentos ideológicos e históricos de su pensamiento político», del cual es autor, precisamente, Urueña Cervera, publicado por Ediciones Aurora. De su grata lectura advierto que la obra es seria, metódica, juiciosa, ampliamente documentada, escrita en impecable prosa didáctica, lo que nos permite concluir que el libro es el producto de largas, pacientes y profundas vigi­lias de análisis y reflexión, como de dedicada pesquisa de datos, autores, libros, documentos y archivos históricos y bibliográficos. Dividido en tres grandes secciones, 1) El Gran Malentendido de las Influencias Intelectuales, 2) El Malentendido del Jacobinismo Bolivariano y 3) El Malentendido de las Garantías Constitucionales.
El autor'afirma en la introducción general «como mu­chos mitos políticos modernos, el de Napoleón por ejem­plo, el mito construido entorno a la persona y la obra de Simón Bolívar es doble y simétrico. Existe por un lado un mito positivo del Libertador, un culto heroico, una leyenda dorada del Padre de la Patria. Y existe, por otro lado, un mito negativo, un anti-culto, una leyenda gris, un rincón os­curo del legado histórico del fundador de cinco repúblicas». Y, ahondando en la esencia de la justificación de su libro el autor agrega que «más que por el enjuiciamiento de su ac­ción y de su obra como militar y como libertador, la leyenda gris de Bolívar se ha construido sobre la base de interpreta­ciones de sus textos políticos y a partir de evaluaciones desaprobadoras de sus proyectos legislativos». Lo que pre­tende y logra entonces Urueña Cervera, con su original en­foque, sustentado en lecturas predilectas del Libertador y en las reconocidas influencias de autores americanos y extranjeros en su pensamiento, es darle respuesta definiti­va al interrogante que por tantos años muchos se han he­cho y que el autor recoge magistralmente «puede deducir­se de la lectura de sus textos que el ideal del Bolívar es contradictorio y confuso?». Urueña, a lo largo del maravillo­so libro que comentamos, logra derrotar las falacias que tan injustamente han querido quitarle a Bolívar su profundi­dad intelectual y su genio político, pero además, deja claro con su argumentación que «ser bolivariano es ser republi­cano, es decir, un amántele la libertad».